
En la luz de la noche,
yacen a un lado del camino sin ninguna solemnidad
los pinos desechados con la alegría de la temporada
y el frío del aire.
Al pasar por ahí,
con los faros delanteros como única guía,
me pregunté: ¿cuándo se agota el espacio en la posada?
¿Qué precio se debe pagar por nueva vida?
Y ahí, en círculos brillantes como la luz del día,
como estrellas esparcidas en el cielo,
los tocones respondieron
en un coro gélido de aleluya:
Conserven sus regalos.
Es necesaria una vida
para hacer un pesebre…
para emprender el viaje.
Hermana Colleen Gibson, CSJ