
En fecha reciente, asistí a la Convocatoria virtual 2020 de la National Religious Vocation Conference. Las integrantes del equipo de formación Feliciana podían llevar invitadas y yo fui una de ellas. Los invitados a la Convocatoria de NRVC reciben una donación para asistir si cumplen varios requisitos y uno de estos es escribir un ensayo breve acerca de la esperanza en la vida religiosa, en respuesta al tema de la convocatoria, Visión 2020: enfoque en la esperanza. La afirmación que marcó la convocatoria y que se repitió durante toda la actividad fue: “Creo que Dios todavía está llamando a hombres y mujeres a la santidad, y me siento colmado de esperanza”.
Había varias ideas entre las cuales elegir. Yo elegí esta: ¿Qué nos hace sentir esperanzados en la vida religiosa en medio de los cambios demográficos?
En una de las pláticas, el orador señaló que la esperanza brota de nuestras raíces. Regresar a esas raíces nos hace recordar todos nuestros motivos para sentirnos esperanzados, y que fueron mi fuente de esperanza desde el principio de mi camino y todavía lo son. Siento profundamente el llamado de Dios y mi vocación de vivir en unión con Él. El amor personal de Dios hacia mí fue lo que me atrajo a la vida religiosa y lo que me sigue guiando e inspirando. Sentí que Dios me había reservado para Él. Centrarme en Él en la oración y la contemplación, buscándolo en el momento presente, me deja arraigada en la esperanza personal que me permite avanzar, me mantiene motivada a seguir adelante, a pesar de los obstáculos y las dificultades personales. Para mí, Él es el Dios del camino que me acompaña.
Cada año, como parte de mi retiro anual, reflexiono sobre mis raíces. Recuerdo por qué me convertí en una religiosa franciscana, y me siento bendecida por la esperanza vivificante de la gracia de Dios que se repite y perdura. Cuando reflexiono por qué lo elijo ahora, me doy cuenta de que mis motivos son similares, pero más profundos. Mis raíces van más adentro y me sostienen a medida que crezco. Siento una esperanza ilimitada en mi crecimiento personal. Desde que vivo en la comunidad, he crecido en muchos aspectos necesarios, me volví más holística y completa. En retrospectiva, puedo ver el crecimiento personal que la vida religiosa y la vida en comunidad han despertado en mí, y me reconforta saber en quién me he convertido y en quién me convertiré.
Noto también un llamado personal a través de la Iglesia católica. Cuando estaba en la universidad, discerniendo mi camino en la vida, emprendiendo mi experiencia en el mundo, me sentía confundida y desalentada. El mundo me parecía un lugar limitado y decepcionante. Encontraba consuelo en la misa y en las iglesias en general. Escuchaba las oraciones, las lecturas y las intenciones, y hallaba inspiración y esperanza. Cuando la intención de la oración estaba dirigida a quienes están llamados a la vida religiosa, sentía una chispa interna de reconocimiento, y le preguntaba a Dios si era una invitación para mí. Leía documentos eclesiásticos y encíclicas papales en busca de respuestas y encontraba inspiración, los ideales hermosos a los que aspiraba. No solo eso, sino que parecían posibles con Dios. Me di cuenta de que Dios no estaba limitado y de que su poder amoroso está en acción en el mundo. Es decir, había un potencial ilimitado para la bondad en el mundo y en mí. Podía ser mejor persona, más bendita, más amorosa..., más, porque Dios actúa a través de la Iglesia católica.
Me entusiasma y me inspira nuestra rica historia como congregación, la forma en que vivimos nuestro carisma hoy en día y nuestra apertura para que el Espíritu Santo nos guíe hacia el futuro. Descubro esperanza en nuestro pasado, en el patrimonio de nuestro carisma y nuestros valores. Las hermanas que me precedieron son verdaderamente quienes sentaron las bases sobre las que me apoyo. La sabiduría de nuestros mayores y las gracias de nuestro pasado son mis cimientos. El testimonio de nuestras vidas es todavía más poderoso. El amor y la aceptación que nos profesamos entre nosotras son una señal para los demás de lo que es posible para el mundo, teniendo a Dios en el centro de nuestras vidas. Es también un recordatorio de que lo importante es quiénes somos con los demás y con Dios. Los valores que abrazamos y las virtudes que consideramos significativas se convierten en parte esencial de nuestra identidad y de lo que aportamos a nuestras relaciones con los demás. Esto se manifiesta en nuestras acciones, pero es más importante ser que hacer.
Las relaciones que he establecido con mis hermanas, verdaderas compañeras en este viaje, fortalecen y aumentan mi esperanza en el mundo y en la humanidad. Hacen que el mundo sea un lugar mejor. Desde el principio, me ha inspirado la caridad de nuestras hermanas al vivir nuestra misión en respuesta a los signos de los tiempos. ¡Juntas podemos hacer tantas cosas! Cuando respondemos a los signos de los tiempos, dando con generosidad donde nos necesitan, el mundo y la comunidad son bendecidos. Avanzamos hacia el futuro juntas, con el corazón abierto a las necesidades del mundo y a nuestras hermanas. A medida que proseguimos, nuestra familia de hermanas crece para incluir a otras comunidades religiosas. Con la unión de nuestro ministerio y nuestra relación, podemos vivir mejor nuestra misión y consolidar nuestro testimonio de ser religiosas. Participar en organizaciones que reúnen a comunidades distintas nos ayuda a lograrlo. Juntas, también discernimos los signos de los tiempos y nuestra respuesta a las necesidades del mundo.
¡He encontrado tanta esperanza en el llamado de Dios y en la vida religiosa! Lo veo en mí misma, en la comunidad Feliciana y en las maneras en que las comunidades religiosas se están uniendo para traer el Reino de Dios. También es evidente en el efecto de nuestra compasión en el mundo, la verdadera diferencia que marcamos con el testimonio de nuestras vidas y nuestra mano tendida a un mundo que sufre.