Marzo es el mes internacional del trabajo social y se celebra en todas partes del mundo. Cada continente y país decide el día y la manera en que celebrará esta magnífica profesión durante el mes de marzo. En todo el mundo, los trabajadores sociales son reconocidos como personas excelentes que dan lo mejor de sí sea cual sea la situación en que se encuentren o la persona a la que estén atendiendo. Algunos dicen que somos blandos de corazón y, a decir verdad, tienen razón, porque los trabajadores sociales son compasivos y se dan sin reserva a la tarea de ayudar a que las personas se sientan mejor y de mejorar su vida. En todos los aspectos de la vida, siempre encontraremos a un trabajador social, sea que haya obtenido el título por sus estudios o por lo que yo llamo su pasión.
En mi caso, siempre tuve la vocación de ser trabajadora social, incluso antes de saber que existía una carrera o un campo de estudio llamado trabajo social. Recuerdo que, cuando era niña, mis padres tuvieron que dividir a la familia debido a la creación de estados en Nigeria. Mi madre era maestra y fue reasignada a uno de los estados nuevos, porque ahí necesitaban más docentes. Se llevó consigo a tres de mis hermanos menores, y fue así como asumí de inmediato el papel de mamá para mis hermanos pequeños. Desempeñar ese papel también me ayudó a organizar el grupo infantil de oración vespertina en el complejo donde vivíamos. Recuerdo que esa etapa de mi vida fue maravillosa. Una noche, cuando terminábamos de orar, uno de los seminaristas que vivía en el mismo complejo me preguntó qué quería estudiar en la universidad. De inmediato respondí: “Microbiología”. Me encantaba la palabra microbiología. Como crecí en una zona cercana a la universidad, siempre veía a los estudiantes universitarios con sus batas de laboratorio, y anhelaba que llegara el día en que yo también podría usar la mía. El seminarista me preguntó: “¿Alguna vez escuchaste hablar de la sociología o el trabajo social?”. En la Universidad de Nigeria en Nsukka, donde crecí, esas dos disciplinas formaban entonces una sola área de estudio. Le respondí que no. Entonces me dijo: “He estado observando lo que haces, cómo organizas a los niños en el complejo, y creo que tienes el don de ayudar a mejorar la vida de otras personas”. Me explicó lo que hacían los trabajadores sociales, y en seguida me enamoré de la profesión. Fue una verdadera revelación para mí saber que existía una carrera en la universidad en la que podía aplicar los dones y talentos con los que me sentía dotada. Más adelante, me inscribí y comencé la carrera de trabajo social. Hoy tengo una maestría en trabajo social y he vivido experiencias muy diversas como trabajadora social, tanto en Nigeria como aquí en los Estados Unidos.
Se preguntarán por qué les relato esta parte de mi vida a ustedes, mis hermanas de Giving Voice. Porque, para mí, todas ustedes son trabajadoras sociales. ¡Así es! Si no es por profesión, lo son por lo que dije antes: su pasión. Véanse en sus ministerios como maestras, médicas, enfermeras, artistas, capellanes en hospitales, terapeutas, directoras de organizaciones, educadoras (que ayudan a las nuevas integrantes a entender este llamado), estudiantes y muchas otras funciones. Ustedes influyen en la vida de las personas y les ayudan a ser mejores. Las personas acuden mejor a ustedes cuando saben que son religiosas, comunican más acerca de sí mismas y buscan en ustedes inspiración y consuelo. Y con su presencia, sus palabras, su afecto y sus oraciones, ustedes les ayudan a sentirse mejor. Por eso, hoy quiero darles las gracias por compartir mi profesión como trabajadoras sociales y mi vocación religiosa como hermanas católicas. Gracias por el trabajo que hacen. Gracias por el SÍ que dieron al llamado de Dios. Gracias por la pasión con que desempeñan sus ministerios. Sigamos abrazándonos en la oración durante este mes de marzo, y feliciten a todas las trabajadoras sociales que conozcan.