
El pasado octubre, cuando la directora de mi noviciado me informó que tendría oportunidad de asistir en enero al retiro de Giving Voice para las hermanas entre los 20 y los 39 años de edad, me sentí llena de agradecimiento por el apoyo de mi congregación. También me emocionó conocer por fin a las personas cuyos nombres leo en el boletín electrónico de Giving Voice y cuyas fotos veo en el grupo de Giving Voice en Facebook. Durante mi propio discernimiento de la vida religiosa, veía a estas jóvenes y me decía a mí misma: SÍ existen realmente las mujeres jóvenes en la vida religiosa.
Este año, durante el fin de semana de MLK, Jr., tuvo lugar el retiro más concurrido, con 32 hermanas entre los 20 y los 39 años de edad, en el Franciscan Renewal Center de Scottsdale, Arizona. No importó si era el primer retiro de Giving Voice para una hermana, o el décimo, si se trataba de una novicia o de una hermana con profesión temporal: todas fuimos aceptadas plenamente en el grupo porque, en definitiva, todas somos hermanas entre nosotras. La tranquilidad y la calidez de esta bienvenida favoreció la conversación y el intercambio de fe profundos durante el fin de semana.
El tema del retiro de este año fue: “Cultivo de esperanza y valor”, dirigido por nuestras líderes valerosas, MT Krueger y Nicole Varnerin. Durante la oración inicial, cada una de nosotras habló del símbolo de esperanza que llevamos al retiro. Un elemento común en nuestros símbolos fue la dicotomía del dolor y la lucha con el crecimiento y la transformación. Mi propio símbolo era un collar con una palma de cocos pequeña saliendo de una cáscara de coco; todo un símbolo para mí durante mi experiencia de servicio a largo plazo como voluntaria. A pesar del dolor y los obstáculos en nuestra vida diaria, o de la realidad de la vida religiosa cada vez más reducida, existe esperanza y potencial de algo nuevo. Unidas, nuestras voces de sueños y esperanzas se fortalecieron durante el fin de semana.
Me sentí inspirada al escuchar las historias de las jóvenes en la vida religiosa, sus ministerios, la experiencia de su formación, así como las alegrías y las dificultades de vivir con las hermanas mayores. Estoy en el primer año de mi noviciado, y esta fue la primera vez que me reuní con otras hermanas de mi edad: mujeres que han recorrido su propio camino de discernimiento o que, como yo, lo están iniciando. Cada una de ellas tiene pasión por la vida religiosa y da testimonio de las oportunidades vivificantes y las posibilidades increíbles que les ofrece esta vocación.
Llegué a este retiro sin saber a quién conocería o qué me esperaba. Salí agradecida por las nuevas relaciones que formamos. Al final del retiro, una de ellas expresó: “Nos llevamos unas a otras en nuestras alegrías y en nuestras tristezas”. Ahora que regresamos a nuestras comunidades, el reto es “mantener viva la llama”, aferrarnos a nuestros sueños y esperanzas con valor ante la lucha y ante una forma cambiante de la vida religiosa. Al unir mi voz a esa llama, mi esperanza es que el fuego se fortalezca con las voces de las jóvenes en la vida religiosa unidas en un coro para que el mundo sepa quiénes somos y que deseamos compartir ese fuego con el mundo.