
Hace casi 13 años, dije sí y llené la solicitud como candidata de la congregación de la que ahora formo parte, las Hermanas de San José de la Paz (CSJP). Tomé esta decisión después de un tiempo de escuchar con gran atención lo que sentía, oía y deseaba de Dios. Aunque no entendía por completo lo que todo esto implicaría, estaba completamente segura de que mi decisión era la correcta. Luego conocí esta congregación, y comencé el proceso para llegar a ser una hermana de San José de la Paz. Hace seis años, el 13 de abril del 2012, profesé a Dios mis votos finales en presencia de mi comunidad de la CSJP, mi familia y mis amigos. Fue un momento de dicha para mí y para quienes me acompañaban. Esa celebración nos recuerda siempre el amor de Dios y el apoyo de la familia, la comunidad y los amigos.
Desde que comencé como candidata hasta ahora, he vivido en más de siete comunidades de la CSJP. Estas experiencias han determinado la manera en que practico mis votos cada día. He observado y aprendido cómo estas hermanas viven su comunidad, oran, celebran, sirven y atienden en sus ministerios, aprendí sobre las regiones y las congregaciones, sus familias, la dinámica de sus comunidades y la vida en general. En cada ministerio, he hecho nuevas amistades, y lo más importante, he conocido a los kenianos que viven en todos los lugares donde estuve. Toda esta vasta experiencia me ha hecho quien soy.
Al principio, fui a vivir a St. Marys on the Lake (SMOL), la sede de nuestra oficina regional. Ahí es donde residen nuestras hermanas jubiladas, mis hermanas mayores. Hoy en día, esto es algo bastante usual para las mujeres que ingresan a la vida religiosa. Las hermanas eran mayores que yo en edad, pero jóvenes de corazón y de espíritu. Las respetaba por ser más grandes, pero las veía como mis compañeras. Disfruté muchísimo cada minuto de ese tiempo: orábamos juntas por la mañana y, por la noche, comíamos juntas, intercambiábamos historias de la vida y la fe durante las comidas, a la hora del té, durante los juegos de Rummikub o de cartas, durante los comerciales cuando veíamos un juego por televisión o cuando nos visitábamos. Fui la afortunada destinataria de la sabiduría de mujeres que habían vivido sus votos por muchos años. Ellas enriquecieron mi camino. La mayoría de las hermanas que me recibieron y me hicieron sentir que pertenecía a la comunidad de St Marys en el 2005, y después como hermana de la CSJP, ya fallecieron y están con Dios nuestro Creador, pero siguen presentes en nuestro recuerdo.
Así, llegó el momento de vivir en una comunidad pequeña de la CSJP, donde continué el discernimiento de mi camino durante el tiempo de mi encuentro y vida en comunidad con otras cuatro hermanas. Ahí aprendí a cocinar para más personas, no solo para mí. Fue todo un reto porque, cuando tenía nueve años, mis padres me llevaron a un internado, y no tuve la experiencia de aprender a cocinar para otros, como lo hicieron mis hermanos. Puedo decir que una de las cosas que no aprendí de mi mamá fue a cocinar. Cuando llegué a los Estados Unidos, aprendí sola a preparar comida keniana y a usar recetas para cocinar otros alimentos, una parte con especias y otra sin estas. Durante el día, salíamos a nuestros distintos ministerios y por la noche, me encantaba la hora de la cena porque, además de comer juntas, platicábamos sobre el día que habíamos tenido con una comunidad que se interesaba, vivía, oraba y amaba junta. Durante esas convivencias, cobraban vida las palabras de los principios de la Constitución de nuestra congregación: “Nuestra intimidad con Dios [y entre nosotras] une nuestra oración y nuestra actividad; la oración nos llama a la acción y, al mismo tiempo, la acción nos alienta a la oración”. (Constitución de las hermanas de San José de la Paz, 28). Al comunicar y escuchar activamente, cobraron sentido algunos de los obstáculos que tuve en el ministerio y en la vida.
De esa comunidad, me trasladé a Nueva Jersey para el noviciado. Era una de las cinco integrantes del convento vecino a St. Michaels Villa, la residencia de nuestras hermanas jubiladas. El traslado fue un cambio significativo dada la cultura, el clima del lugar y la naturaleza del noviciado. Ahí conocí y conviví con nuestras hermanas de la región este (algunas de ellas, por un período breve antes de que fallecieran). Durante el año de ministerio del noviciado, tuve la oportunidad de seguir conviviendo en comunidad.
Me trasladé a Jersey City y viví con otras tres hermanas en la casa que compró y donde vivió nuestra fundadora, Margaret Anna Cusack. Fue una experiencia excepcional, porque imaginaba cómo vivió su vida y, al mismo tiempo, dio significado a lo que llegamos a ser como hermanas de la CSJP. Los niños de la escuela para ciegos de mi ministerio me enseñaron a ver la vida de otra manera. Luego regresé al estado de Washington y viví con otras dos hermanas en una comunidad donde aprendí a orar con poemas que siguen siendo parte de mi vida de oración. Las mujeres del centro diurno a las que atendí durante ese tiempo de ministerio en Seattle me ayudaron a entender mejor a las personas sin hogar.
Luego regresé a la pequeña comunidad donde ya había vivido en Seattle y, aunque ahí seguían viviendo las mismas hermanas, para mí ya era distinto: mi vida había sido transformada por muchas personas y por los lugares donde había estado desde que me fui de Seattle. Durante el período de mis votos temporales y mi ministerio en el hospital, llegó una solicitud para establecer una nueva comunidad en Vancouver, Washington. Fue un traslado emocionante porque tuve la oportunidad de aprender a poner en marcha el nuevo convento, desde organizar la cocina hasta disponer la sala como la deseábamos. Ahí estuve tres meses antes de que me pidieran regresar a Seattle para continuar como estudiante a tiempo completo.
Me mudé a una comunidad pequeña distinta con otras dos hermanas, y viví ahí por tres años, más tiempo del que he vivido en cualquier otro lugar. Las dos hermanas con las que viví fueron llamadas a participar en otros ministerios y tuvieron que irse. Ahora vivo donde todo comenzó, en St. Marys on the Lake. La comunidad ya no es la misma que yo vi cuando llegué; los edificios fueron remodelados, fallecieron varias hermanas, llegaron otras y yo tengo 13 años más. ¿Qué no ha cambiado? La manera de vivir nuestros votos y la palabra de Dios.